Del escritorio del pastor— 5 de noviembre del 2023

Hoy y en las últimas semanas del año eclesiástico (que termina con la solemnidad de Cristo Rey el 26 de noviembre), las lecturas están llenas de ejemplos de Jesús y los profetas corrigiendo u hablando de los juicios de los demás. En nuestra cultura, corregir se ha convertido en algo muy difícil de hacer. Hoy en día, el acto de corregir a los demás es casi imposible, ya que en todo momento los niños e incluso los adultos se sienten ofendidos o condenados por una simple sugerencia que se hace para mejorar su comportamiento o ser más virtuoso

La primera pregunta que debemos hacernos es: ¿Tenemos el derecho o la responsabilidad de corregir a los demás? La respuesta dependerá de cómo entendamos a Dios. Si nos fijamos en nuestra cultura estadounidense (y en gran parte protestante), muchas veces la mayoría de la respuesta será “no”. Nuestra cultura más amplia a menudo dice: “Solo Dios puede corregirme”, “Tú no eres mi jefe” o “Eso no es asunto tuyo”. Si nuestra relación con Dios es solo Jesús y yo, entonces es fácil ver por qué las personas se ofendan cuando se les corrige, ya que solo Dios tiene el derecho a corregirlos.

Parte de esta creencia también proviene de la cita del evangelio de Mateo 7:1: “No juzgar para no ser juzgados”. Sin embargo, corregir no debe confundirse con un juicio. Juzgar es un acto que condena a otro por sus acciones o que mide al pecador según su pecado. La corrección es más bien una acción para hacer que otro vuelva a una vida de virtud, para quitarles las piedras pecaminosas con las que se tropieza en su vida.

Nosotros católicos cristianos somos todo lo contrario. Nuestro entendimiento sobre Dios es un entendimiento comunitario, porque todo aquel que es miembro de la familia de Dios es parte del cuerpo de Cristo. Como miembros de un cuerpo, sabemos que a veces tenemos que decirles a las manos qué hacer, tenemos que asegurarnos que los pies no vayan por la dirección equivocada. La pregunta no es si: “¿podemos corregir a los demás o no?” No solo tenemos el derecho, sino la responsabilidad de vernos entre nosotros, somos guardianes de nuestro hermano (Gn 4:9). La cuestión más bien está en “cómo” corregimos a los demás.

Las Escrituras son claras; debemos hacerlo, pero con amor (1 Corintios 16:14) y ternura (2 Timoteo 2:23). Jesús nos recuerda que debemos hacerlo con humildad, “quítate primero la viga que tienes en tu ojo”. (Mateo 7:3) A esto se añade que Jesús nos dice que hablemos primero con nuestro hermano (o hermana) en privado (no delante de los demás, la familia o el trabajo), y si no cambian, traigan a otro, y si aun así no cambian, tráiganlo a la Iglesia. (Mateo 18:15-17)

Es curioso cómo todos aceptamos que, como seres humanos, todos cometemos errores, pero ni bien se nos corrigen los errores, especialmente a nuestros hijos, entramos en un colapso. Ojalá que podamos aceptar las correcciones como una invitación a mejorar nosotros mismos, a ser la persona que Dios quiere que seamos, porque, así como las rosas, no seguirían floreciendo si no las recortamos.

            

 

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Padre Ray Smith, CMF
Párroco

Con un corazón para la misión,
Padre Ray Smith