Del escritorio del pastor— 31 de agosto de 2025

Queridos Feligreses:

              San Pablo nos enseña la unidad de los cristianos diciendo: “Alégrense con los que se alegran, lloren con los que lloran (Rom 12:15)”. Era mi intención escribir sobre la alegría del Festival de las Naciones. Sin embargo, a la luz del tiroteo en las escuelas católicas de Minneapolis ocurrido el miércoles, parece también necesario hablar del llanto.  Diré algo sobre ambos.

              Primero, el Festival de las naciones. Estoy muy orgulloso de esta comunidad parroquial por el hermoso evento. Me quedo claro que las personas no solo se conmovieron por el evento en si, sino también por la familia de la iglesia que lo organizó. Tengo grandes esperanzas de que los corazones se hayan abierto a Jesús y a la Iglesia Católica. Eso es lo más importante, pero también fue una recaudación de fondos muy exitosa. En los años anteriores, el festival ha recaudado hasta $23,000. Después de sacar los gastos, este año se recaudaron $19,000. Gracias a Dios por el Festival de las Naciones como un signo de esperanza y por este dinero recaudado para poder ayudar en otros esfuerzos para proclamar el evangelioAhora, sobre el llanto. A veces me siento entumecido cuando escucho sobre tiroteos en las escuelas. Parecen lejanos, no me afectan directamente y no puedo hacer nada al respecto de inmediato. Tal vez ustedes también se sientan así. Luego me siento frustrado de que la conversación pública se convierta  rápidamente en soluciones políticas y no estoy seguro de que ninguna de estas soluciones sea tan simple. En momentos como estos recurro a la oración. Que las almas de los fieles difuntos descansen en paz.  Si más personas estuvieran rezando, habría menos espacio, o tiempo para la violencia. San Pablo también dice: “Si un miembro sufre, todos sufren juntos; si un miembro es honrado, todos se regocijan juntos (1 Corintios 12:26)”. Por eso, cuando elijo compartir el sufrimiento de los demás en mi propio corazón, puedo invitar a Cristo a ese sufrimiento y unirlos con Dios. De esta manera, Dios trae paz al mundo a través de nosotros. Después de haber orado primero, podremos comenzar a encontrar soluciones que detengan más violencia.